viernes, 7 de septiembre de 2018

Sangre vecina, del libro "Cicatriz de vuelo"












Sangre vecina




Sangre vecina. Aire que pido

a gritos por las venas en la unidad del labio.

Perfil que sueño en mis brazos como dúctil paloma

que espanta las palabras terribles:

basta un instante con tu corazón a solas,

y ya tengo la miel corriendo por las calles;

anegando avenidas; subiendo a las cornisas,

o poniendo un punto dulce al dolor del almendro.

Basta con cerrar los ojos y pensarte dentro,

y este frío silencio recobra las palabras

o volumen o cualquier cosa tibia.



Ven:

recala, escalón por escalón, la intimidad de mi sangre,

ahogada como jirones de luz amordazando el pecho

–esa es la forma de decirte que no tengo territorios

más amplios que lo que den de sí tus manos,

cuando cumplo la estrategia de buscarme patria

donde anidar sin miedo–.



Ven:

no hay nada despierto; nada palpita; sólo el amor existe.

Nuestro,

en el viaje, como dos solas butacas.

Nuestro,

calado hasta las uñas, cuando se agotan las cifras

–números impotentes más allá del suelo–;

mientras tú y yo seguimos;

mientras tú y yo cubrimos una altura sin techo

por esta dirección de nudo o pájaro apretado

que escogimos juntos.



Ven:

nacimos para ser de trenza;

para agarrarnos fuerte, hasta confundir los ecos:

yo no puedo volar más allá de tus alas,

y tú no puedes huir más allá de mis pasos.

Juntos o presos:

yo dejo mi tiempo atado a tu cintura;

tú, la vida alrededor de mi cuello.

Autor,  José Luis Rico