Dominios de la noche
La
oscuridad invita un corazón de plomo;
una
sangre por los ojos de caracol cerrado
o,
porque tú conoces el modo de hacer labios
la
sombra,
un
crepúsculo hueco en tu piel acurrucada.
¿Acaso
tientas la idea de hacer peces los labios;
de
darle a la caricia cierto temblor de plata;
de
ponerte al cuello una sílaba triste
o
golfo de jazmines
a
toda una tierra de negros terraplenes?
¡Aquí
me tienes!
Mis
silencios dejarán puñaladas de carne
entre
ese bosque cano de goteadas transparencias;
penetrarán
sin remedio en tu cuerpo de paloma
como
niños lascivos
inconscientes.
Sé
que voy derecho a tu suicidio:
despertarán
las lunas sus hondas destrucciones,
lanzando
envidia o tinta a tu coágulo de nieve;
o mi
torpeza gris pretenderá cubrirte
y
devolver a la noche sus dominios.
Puedo
sentirte de un negro impreciso
o
secreto como una forma interna;
ignorancia
o cráter o talón dañado.
Y me
hubiera vuelto sordo a tus orillas
como
un mar retirado…
Pero
encontré de pronto un aguijón
de
leche suplicante
yendo
y viniendo hasta la punta de la boca,
como
un mar elástico y continuo
jugueteándome
sabores en la lengua…
Oh,
capacidad de pluma de golpe convertida en hundimiento;
floración
hecha murmullo, donde la piel,
creciéndose,
quiso
unirse a esa guerrilla sorprendida
de
minúsculo rocío;
sentir
un ángel en la punta de los dedos.
Y
romperse la voz; preñarse;
afeminarse,
para encontrar el centro de la vida.
Autor, José Luis Rico