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Hombre a tierra
(minería íntima)
Baraja
en las manos desnudos ecos de violetas
que
esperan el alfabeto minero de tus uñas,
cuando
dentro del oscuro vientre, golpees,
como
en una membrana de corazón subterráneo,
sobre
las venas donde todo tiene un sabor amarillo:
la
fatigada risa del carbón decapitado;
el
sudor agridulce del hierro perseguido;
el
cobre en su herida de metal crepusculario.
Baja
una sombra a la garganta con el pie fulminante.
Viene
un rayo imprevisto por el cristal oscuro
buscando
un aguijón donde afilar su sangre
o
llenarse los ojos de negro terciopelo.
Buscando
más cárcel
y
más cárcel bajo los tragaluces:
agotamiento
del párpado astillado en superficie.
Disfrutarás
aquí, entre tus novias minerales,
toda
la eternidad que te confiere un instante en la piedra.
Con
tus dientes de límite cerrado quieres ganarte el nervio;
el
nervio o gravedad de la piel que tiende a hundirse,
cuando
la soledad está más sola por más acompañada
de
unos labios que piden tu silencio.
Como
un vértice duro con el centro de equilibrio
conscientemente
inclinado cuesta abajo;
arrojándote
a ti mismo
que
eres, como la roca, coágulo de agudas contracciones;
entras
con las yemas disparadas en esta ciega caracola
donde
el mar cambia de nombre.
Es
una dulce inconsciencia –muerte a medias– girando
en
la médula espiral del azabache hueco
que
te confunde con un pez de sal batiéndose en el fondo,
porque
la luz se frena, impotente, en la boca.
¡Qué
difícil comprender la voz que así te llama!
No
quiebres el acento como si en un golpe de polvo
se
embriagara…
Recuerda
que la luna no es sino un ojo despierto.
Esa
burbuja íntima; ese hondo eclipse;
esa
mejilla caliente,
transcurre
en otro punto donde tu presencia elástica
o
reflejo ansioso de ahondar en un pecho,
escoge
al mineral como su gran memoria.
Memoria…
Hombre
a tierra:
secretos
o sombras cuajadas o aristas de nieve masculina,
gotean
por las minas y sus contornos de esponja,
como
ríos arteriales;
tal
vez buscando el centro.
Autor, José Luis Rico