viernes, 31 de agosto de 2018

Ascensión mineral del libro "Cicatriz de vuelo"



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Ascensión mineral

 



Por fin el mineral se eleva

con su imponente músculo de voces amarillas.

Trigo en las piedras.

Carne en las piedras.

Crece la secreta voz del hierro,

martirizada veta donde sueñan los martillos

un beso en sus fieras dentaduras.

¡Arriba!



 La esperanza, como sol de plomo,

pesa. Mina o nube o labio en tierra.

Autor, José Luis Rico 






A este lado de la sangre, del libro "Cicatriz de vuelo"



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"Camino a la esperanza"

A este lado de la sangre




Pisando tierra hasta entender el idioma del barro,

mientras copio la música con que responde la sangre,

me digo que el tiempo se marchitó por no elevarse.

Porque nada es efímero si flota;

si, conocida la forma y su silencio, abandona

la herida original del suelo.



Esto lo sabe el amor,

y no lo calla.

Es sólo que hay sordos, como hay días de frío

en medio del verano.



Abriendo los sueños –no los ojos– al espacio,

mientras siento que quien besa es el beso

y no la boca,

entiendo que la vida no se rinde; la rendimos.

Porque todo es mortal si no es soñado;

si no es más de lo tangible y lo directo.



Esto lo saben los niños,

y lo gritan.

Es sólo que estamos siendo viejos,

como es viejo anteayer –casi mañana–.



A este lado de la sangre,

se levantan los pulmones sin miedo al horizonte

que sobre sí termina, y estrangula

lo que en el vientre pudo ser una palabra

fuera de las sombras

y la cárcel.



En esta paz, el hierro, la piel, el océano…

hasta una lágrima… ¡quizás, hasta la muerte!

pierden su densidad.

Y silencia la raíz su condición de nudo.

Y se descomponen los puntos cardinales:

El Norte al aire; el Este, el Oeste; el Sur al aire.



Aquí.

Aquí es; aquí

donde acaricio profunda la esperanza

de que el hombre comprenda para qué son los labios.

Autor, José Luis Rico 









Ya no es un secreto (conclusión triste) del libro "Cicatriz de vuelo"



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Ya no es un secreto

(conclusión triste)






Ya no es un secreto.

Todos lo sabemos:



 la hechicera solapa del Profeta

guarda algo en suspenso.

¿Pero qué?

¿Venganza? ¿Laberinto? …



 Sólo una catarata de sentidos comunes

donde no crecen los sueños.

Autor,  José Luis Rico
















La paz existe siempre… del libro "Cicatriz de vuelo"






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La paz existe siempre…






La paz existe siempre, para morir siempre.

El lecho del amor se ha vuelto nicho.

Los ricos se disputan el dinero de otros ricos…

¿Pobres? Ya no existen; en un rincón

se han muerto.



 Sólo sobreviven las voces de la sombra;

poros apretados; obtusos materiales;

círculos vacíos de alcobas sin camino.

Y cae del oro la vida como un tigre

de rojo funeral. Y tiembla todo.



 (Surge de la tierra un lógico rechazo)

El mundo, ya no es mundo;

es un altar de locos.

Autor,  José Luis Rico








…y algún corazón en tierra del libro "Cicatriz de vuelo"



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…y algún corazón en tierra







Después de todo, la pena pasa como el rayo.



¿Por qué debí mimar al habitante de tu oscuro

suburbio?

Fuiste gris como el humo cansado.

Fuiste traidora arista de diamante

que araña el firmamento limpio

del cristal.

Fuiste el silencio falso

que tiembla entre los ojos y muere

en un pañuelo.



¡Cuánta delicadeza ahogada

por esas mejillas de hielo o nudo irremediable,

cuando buscando en la fibra, acaricié tu sangre

gruesa;

esa raíz metálica,

ese estrecho continente,

ese tétrico planeta

que transcurre como lo más próximo al miedo!



Los ojos convertidos en tacto; la piel de los besos;

el calor íntimo de saberse sin lunas,

su luz sobre los labios, su palabra mágica:

todo muerto, ignorado, olvidado y caído

como una hierba mínima, bajo tu indiferencia.



Y yo, triste rendición, dormido

en un crepúsculo de dioses desgranados

que gemían por tus plantas de paloma ausente.

Yo que intenté seguirte

con una población de peces ansiosos en los brazos,

me fui dejando en golpes de llanto masculino

arrinconado al eco,

por los mismos lugares donde fuimos juntos

–¡ay, el tiempo!– derramando un corazón

hecho de abrazos que a dejarse sementar, trepaban,

cintura arriba, hasta las cúpulas del aire…



No estoy más triste que entonces

esta noche. Tengo sólo una mínima

corola de pequeños recuerdos.

Y algún corazón en tierra.

Autor , José Luis Rico

Entre cuatro muros blancos (… de un hospital interior y maldito) del libro "Cicatriz de vuelo"




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Entre cuatro muros blancos

(… de un hospital interior y maldito







A solas con esta hueca órbita del blanco,

pueden mis ojos portarse como avispas;

como raíces de una sed transparente

naufragando en sabor de porcelana.





Respiras con tu pobre diario

y una piedra espantosa en la laringe.

Me llenas de cerraduras infieles a la sangre

que se remacha hostil por las paredes.

¡Ay, pobre patria de cuatro muros blancos!

Este dolor de cebolla

contagioso; este espolón que hace saltar el pecho;

este escozor de bajo vientre,

llena de hostigos tus brazos, y de estiércol.





No.

No puedo sentirte como una luna cúbica

de leche compañera siempre encima.

Soy mínimo en ti; baja demasiado

tu corazón de nieve almidonada.

No pienso más que en mancharte de ceniza

o acabar con tu vida de un plumazo.

Sólo puedo sentirte con venas en la rabia;

venas en los dedos, como arañas potentes

que te graben la piel de goterones negros

o de insultos.

Con niños ahogados o pezones o costuras

que te mojen la lengua con agua de cristales

o agudas pestañas de material soñado.





Tengo demasiada luna enfrente; demasiado celo

de un inexperto abrazo que asfixia las arterias;

y pierdo la sangre, irremisible –beso a beso–,

mientras mastico arena.

Sangre como el jarrón vacío: flor derramada

por tus cuatro verticales; por tu saliva

vestida de mortaja; por esa inagotable lluvia

de cal afeminada que me desmaya vivo

cuando precipito la mejilla; cuando

sencillamente aprieto el puño y veo tu retrato

como una risa muerta, salpicando los rincones

con un triste vinagre podrido de silencio.





¡Ay, pobre patria de cuatro muros blancos!

No; yo no puedo sentirte como tú me quieres…

¡Tal vez, si me pudieran fusilar tus pensamientos,

consiguiera amarte por entre los boquetes!

Autor,  José Luis Rico








Hoy, 14 de Noviembre Hoy, 14 de Noviembre Hoy, 14 de NoviembreHOY 14 DE NOVIEMBRE, del libro "Cicatriz de vuelo"



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Hoy, 14 de Noviembre






Hoy

        he visto

               caer

                      una hoja.

Y me diréis: ¡Qué tontería!

es justo en el otoño el tiempo de su muerte.



Lo sé.

Pero ésta, gritó mientras caía.

No deseaba morirse.

Autor José Luis Rico 

No se puede salir del libro "Cicatriz de vuelo"


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No se puede salir




Allí está el alambre maldito

que rodea la sangre acumulada en torno mío.

La sala contigua: terremoto de vacío

que no sabe si llevarme al Fin o estarse

quieta.

La puerta enfrente; desafiando escalofríos

su mandíbula terrible, y predispuesta

a romperse de golpe en el camino.

Y la ventana envenenada de lunas dactilares,

deseando minarme de túneles la frente.





El cielo, arriba, aguzándose los filos;

y la muerte

golpeando los bordes del Planeta.

No se puede salir…

y me esperan fuera.

Autor José Luis Rico



martes, 28 de agosto de 2018

DUELE!








Duele, libro "Cicatriz de vuelo"




¡Duele!

Casi cerca del mar, rompe bajo tus pechos
mi sólida avaricia.
Suicida, furiosa boca, la palabra amor,
a poner punto final sobre mis ojos.


Busca una voz de sal entre mis labios. Duele.
Abierto en este amor de Sur y pétalos
de arena,
bajo mi sangre corre un mar
de olas como flechas.


Temible pez de espuma; violento
golpe azul:
para sobrevivirte, debo dejar tus ojos mudos.
De ti dependo y acaso tú
me lleves
sobre ese tiempo incierto que corta
tus palabras…
¿No dices nada? Duele.


El mar se va agotando; muriéndose
de miedo.


Y yo soy tanto mar, que tiemblo.
Y tú tan casi quieta, que tiemblo.
¿De qué esperanza vivo?
¿Llorando qué tragedia, me reuniré
con tu silencio?

Autor José Luis Rico
D.R.



lunes, 27 de agosto de 2018

Cicatriz de vuelo, libro "Cicatriz de vuelo"


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Cicatriz de vuelo


Esa onda que nace
a las puertas de un gemido transparente,
donde los vuelos encendidos no quieren desvelarse;
como crespones negros o permanentes lunas doloridas.


Esa tremenda cicatriz
–tan grande como un ala–
donde recordar es toda una derrota
de cereal profundo caído y golpeado;
de genital o soplo ganado por la tierra,
mientras la piedra roja se nos curva como un tallo
enfermo.
Aquí,
el prófugo del surco
se siente atado al surco para siempre.
Aquí,
combatido por un ángel secreto, siente el degüello
de sus flores vencidas.
Y hay una herencia de grito
que por un instante, inevitable, se abraza con las plumas.


La tierra –o piel– quieta, lasciva,
con un cadáver inmutable entre los pechos,
invita o somete o calcula un horizonte
de leche anudada,
donde las sombras alargan los brazos
buscando a lo alto sus estambres.
La tierra y una cintura.
La tierra o ese ruidillo que frena los huesos.
La tierra con un profundo labio
donde desemboca la sangre rodeando al silencio.


Esta estatura del carbón;
esta angustiosa fidelidad del zapato
a su planeta;
este crujir de noche por los cinco sentidos
dando lenta temperatura al odio.
Todo lo que no puede comprender
esta realidad de firmamento boqui abajo:
un murmullo en vertical, una espiga flotante,
un ceremonial de párpados ingrávidos,
Dios, la luna, el vuelo,
el vuelo, el vuelo…


Y todo aquí
como un otoño a pique –seriamente temblando–
en el que un harapiento pétalo acabado,
una hoja o ese papel elegantemente inútil,
flotan como noble espíritu,
como el amanecer –¡oh, mar de soles!–
como el beso que -no gastado- siempre fresco,
puede buscar eternamente a su pareja.
Mientras nosotros –nuestra oscura cabeza–
como el escualo ofendido ante la sangre;
como el asta tenaz ante el capote muerto,
obstinamos la frente cuerpo a tierra
y prendemos a los ojos palomas de lastre.

Autor, José Luis Rico