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Entre cuatro muros blancos
(… de un hospital interior y maldito
A
solas con esta hueca órbita del blanco,
pueden
mis ojos portarse como avispas;
como
raíces de una sed transparente
naufragando
en sabor de porcelana.
Respiras
con tu pobre diario
y
una piedra espantosa en la laringe.
Me
llenas de cerraduras infieles a la sangre
que
se remacha hostil por las paredes.
¡Ay,
pobre patria de cuatro muros blancos!
Este
dolor de cebolla
contagioso;
este espolón que hace saltar el pecho;
este
escozor de bajo vientre,
llena
de hostigos tus brazos, y de estiércol.
No.
No
puedo sentirte como una luna cúbica
de
leche compañera siempre encima.
Soy
mínimo en ti; baja demasiado
tu
corazón de nieve almidonada.
No
pienso más que en mancharte de ceniza
o
acabar con tu vida de un plumazo.
Sólo
puedo sentirte con venas en la rabia;
venas
en los dedos, como arañas potentes
que
te graben la piel de goterones negros
o de
insultos.
Con
niños ahogados o pezones o costuras
que
te mojen la lengua con agua de cristales
o
agudas pestañas de material soñado.
Tengo
demasiada luna enfrente; demasiado celo
de
un inexperto abrazo que asfixia las arterias;
y
pierdo la sangre, irremisible –beso a beso–,
mientras
mastico arena.
Sangre
como el jarrón vacío: flor derramada
por
tus cuatro verticales; por tu saliva
vestida
de mortaja; por esa inagotable lluvia
de
cal afeminada que me desmaya vivo
cuando
precipito la mejilla; cuando
sencillamente
aprieto el puño y veo tu retrato
como
una risa muerta, salpicando los rincones
con
un triste vinagre podrido de silencio.
¡Ay,
pobre patria de cuatro muros blancos!
No;
yo no puedo sentirte como tú me quieres…
¡Tal
vez, si me pudieran fusilar tus pensamientos,
consiguiera
amarte por entre los boquetes!
Autor, José Luis Rico