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…y algún corazón en tierra
Después
de todo, la pena pasa como el rayo.
¿Por
qué debí mimar al habitante de tu oscuro
suburbio?
Fuiste
gris como el humo cansado.
Fuiste
traidora arista de diamante
que
araña el firmamento limpio
del
cristal.
Fuiste
el silencio falso
que
tiembla entre los ojos y muere
en
un pañuelo.
¡Cuánta
delicadeza ahogada
por
esas mejillas de hielo o nudo irremediable,
cuando
buscando en la fibra, acaricié tu sangre
gruesa;
esa
raíz metálica,
ese
estrecho continente,
ese
tétrico planeta
que
transcurre como lo más próximo al miedo!
Los
ojos convertidos en tacto; la piel de los besos;
el
calor íntimo de saberse sin lunas,
su
luz sobre los labios, su palabra mágica:
todo
muerto, ignorado, olvidado y caído
como
una hierba mínima, bajo tu indiferencia.
Y
yo, triste rendición, dormido
en
un crepúsculo de dioses desgranados
que
gemían por tus plantas de paloma ausente.
Yo
que intenté seguirte
con
una población de peces ansiosos en los brazos,
me
fui dejando en golpes de llanto masculino
arrinconado
al eco,
por
los mismos lugares donde fuimos juntos
–¡ay,
el tiempo!– derramando un corazón
hecho
de abrazos que a dejarse sementar, trepaban,
cintura
arriba, hasta las cúpulas del aire…
No
estoy más triste que entonces
esta
noche. Tengo sólo una mínima
corola
de pequeños recuerdos.
Y
algún corazón en tierra.
Autor , José Luis Rico