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La tierra no es camino
(la
campana confunde su carne con el bronce).
Pero
la tierra no es camino nunca, nunca,
nunca.
Ya
quiera ser un puente: brazo extendido
para
saltarse un mar –¡Mentira! –
siempre
tendrá los ojos tristes.
¿Quién
pretende sostener una muerte en el aire?
La
muerte cae. Cae siempre a tierra,
porque
la tierra necesita de húmedos cadáveres;
simientes
negras donde no avance un pie;
caricias
–no: cobardes puños– sobre lo inmóvil.
La
tierra muerde y para
(preguntad
a los pies si la tierra son dientes).
Y
extermina
lo
que tiene vivir de suspiro;
lo
que tiene de aliento sin nombre;
de
silenciosa fuga;
de
indisciplina azul en los espacios
o de
sangre elevada sobre todas las huellas.
Ya
quiera ser un monte (nunca un dedo
que acaricie las plumas); acabará en un límite
que
siempre será duro,
que
será siempre la curva de un hombre caído.
Porque
la tierra necesita de caídas mortales;
medirse
por distancias entre golpe y golpe;
cerrar
los labios –no: los dientes–
y
acabarse dentro.
Es
muy fácil dudar
(el
mar siempre dudó entre ser mar o aire);
pero
la tierra,
no
es camino nunca, nunca, nunca.
Autor, José Luis Rico