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Del libro (Cicatriz de vuelo)
Motivos para el miedo
El miedo, tarde o temprano
El
miedo, tarde o temprano, se enfrenta con la vida:
carbón
mojado; pie fundido a tierra; cardo
de
espinas durísimas
que
buscan a la carne por su sombra.
Puntiagudo
viento
donde
no pueden las alas hacer
sino
batirse, dejarse caer desprovistas
sobre
una gota de acíbar.
Cuando
un pecho duda (¡cuántas veces el pecho no resiste!),
esa
espuma de rocío hueco con la voz a punto,
emerge
sus dominios de tristísima carcoma
que
no perdona los huesos.
Esa
semilla quieta como una piedra dura,
donde
un cielo despierto, un mar hablando
o
unos ojos entregándose, aparecen de punta.
Una
piedra amorfa como un planeta muerto;
tal
que la sangre absurda que elude los canales
y se
vierte al suelo;
inútil
o perdida como una espada blanda
o
dios negado.
Un
sucio escalofrío de cristal partido
pulsa
tras los dientes, indigerible
como
un beso comprado.
Los
dedos tienen sílabas heladas, todas llanto;
y el
aire arrugas
o
huellas
o
risas de un tacón humillante.
¡Oh,
herencia. Huésped. Oh, azufre lamido sin remedio!
¡Oh,
ese erizo asustado que se enreda más a un cuello,
cuanto
más se intentan esconder las manos
y
más se rinde la cabeza!
¿De
repente quieres que todo se agangrene
con
tus negros aullidos?
Debiste
recorrerme cuando no te esperaba;
y de
perfil, y de puntillas;
cuando
la línea recta
no
era aún la distancia más corta
entre dos labios.