Pasan
los instantes con sus callos de piedra,
aunque
duele a la frente plegarse como un trapo,
cuando
el tiempo, como un rotundo martillo,
golpea
la corteza.
espiral
en cuyo centro el corazón tiene nombre,
memoria
súbita o beso apenas murmurado,
incapaz
de levantarse y torcer el camino,
se
rendirá
como
el pez que no resiste la lombriz
traidora;
como
el hierro ante el carbón de roja dentadura
en
la que todo converge a líquido cobarde.
ocasión
para morir deliberadamente,
se
convierte en otra puerta cerrada, otro amurallado
corazón
donde
recordar la impotencia del sueño infinito.
que
recorta el paisaje a un solo movimiento,
que
azota los ojos con un filo durísimo,
que
agota el aliento en sus menudas fronteras;
encierra
un dictado de silencioso miedo
(Ay,
prisión)
donde
el fin de la tierra con sus tristes perfiles,
no
es más que un instante de quietud perpleja.
como
ácidos puños,
deterioran
espigas, sueños marítimos,
testimoniales
raíces que en los labios
mantienen
la promesa de salir del barro…
que
discurre gemelo con sus voces,
como
un abrazo que deja cicatrices
cada
vez más cerca de la muerte.