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Hacia la muerte siempre
cuando
ya casi aciertas,
tiene
el tamaño de una rosa de mármol
o de
la sangre en medio de los puños;
donde
la voz intenta ser Lázaro de nuevo,
pero
se queda en simple caracola.
memoria
o tristísimo reclamo
se
vierte en la frontera de los dedos,
esperando
que el cuerpo reclina la cabeza,
como
una golondrina
llorando
impotente al borde de sus alas,
ausencias
de ese mar donde la tibia sangre habita
su
material sonoro.
(Suspiro
como el bronce)
Ese
finísimo eco
que
desmenuza el ritmo de una caricia
o la
carne
que
reverbera cuando la luz alcanza el labio
con
un acento de sílaba indefensa.
piedra
indeterminada,
desconoce
la órbita de ese minuto intenso,
de
esa longevidad que otorgan las pestañas
al
mirar de frente con pájaros de filo
y
derribar un perfil azul sobre el miedo.
o
tú… o nada.
Porque
no debieras ser más importante
que
atarse los zapatos;
apurar
un trago;
encender
la luz
o
abrir una carta.
Me
presto a tu secreto como el tigre
renuncia
en los barrotes y se estría de rabia,
de
sueños de metal fundido en los colmillos;
porque
estamos condenados a condenarte siempre,
siempre,
siempre.
de
maldición por encima de los ojos
que
a pesar de cualquier llanto, nunca
estará
limpio;
porque
incluso respirar es un borrón de tinta
hacia
la muerte siempre,
siempre,
siempre.